Inquieta, inteligente y de un vigor incansable, Dalila Hernández Ochoa nos cuenta que de joven tenía una boutique de ropa. Cada año hacía un desfile de moda a donde Edward James iba con libretita en mano.
Dalila nació en Xilitla, está casada con Alejandro Galí Boadella, un biólogo de origen catalán, que actualmente supervisa la finca de café familiar… pero esa es otra historia. Hacen una pareja llenos de experiencias. Les comparto una de tantas, que Dalila nos contó frente a una rica taza de café, con este gran personaje de la zona llamado Edward James, a quien ella le dice don Eduardo.
Resulta que Dalila siempre ha sido muy movida y en su juventud tuvo una boutique de ropa en el centro de Xilitla que se volvió muy famosa porque vendía ropa exclusiva para mujeres de la huasteca. Hacía dos pasarelas cada año en la terraza del administrador de Edward James, que se llamaba Plutarco Gastelum, y de su esposa Marina Llamazares (mi tocaya).
Dalila y Marina se conocieron de toda la vida, las familias eran amigas. Por ende, se apoyaban mutuamente cuando se hacían las pasarelas en donde se realizaba una cena de gala.
Había que conseguirlo todo y Dalila se encargaba de ello: uno de sus contactos era David Pantoja, que era el representante de Viejo Vergel en México y quién le mandaba el vino de mesa; las modelos las mandaba Vanity, de la Ciudad de México también, las describe “guapísimas y delgadísimas”. Cuenta que normalmente las llevaba un chico que se llamaba Carlos y que cuando llegaba le gritaban: “¡Ya llegaron Los Ángeles de Charlie!”
Y entonces don Eduardo (Edward James) llegaba como si estuviera en una pasarela de la 5.ª Avenida, en Nueva York, todo trajeado como buen inglés, y con libretita en mano para ir apuntando lo que le gustaba.
Se mostraba desde la ropa de dormir que era extraordinaria, según describe Dalila, porque conseguía unos negligés transparentes y pues se armaba gran ovación. Por supuesto todos los señores siempre pedían estar en las mesas de enfrente.
También circulaban en las pasarelas los vestidos de diario y los vestidos de noche; así como los que se podían alternar el pantalón con la chaqueta. Dalila vendía mucha chaqueta de piel y de gamuza. Había pantalones de algodón, mucha ropa de lino y unas blusas de seda de Brasil. ¡Era toda una fiesta del vestido!
Nos cuenta que las clientas eran super celosas de sus elecciones porque normalmente todos se encontraban en las grandes fiestas de la huasteca y nadie quería llevar un vestido repetido, así que Dalila tenía que dividirse para llevarle el vestido verde a una señora y el morado a otra, y luego el rosa. Diferentes modelos, diferentes texturas, diferentes tallas. Y así se hizo de una buena lista de clientes que traspasaron las fronteras de Xilitla para llegar hasta Cd. Valles y toda la zona huasteca.
Y en todo este quilombo andaba don Eduardo haciendo sus pedidos en las pasarelas y asistiendo a estas cenas de gala a donde todos iban muy bien vestidos.
Dalila guarda recuerdos como los blocs de pedidos y las notas de crédito de Don Eduardo, así como un periódico en donde sale ella con un vestido blanco acompañada de Marina, Plutarco, Pilar, Cayo y Edward James, quién está con un saco de cuadros amarillos con azul y una corbata ancha. Todos posando muy elegantes, terminando uno de estos eventos.
Las notas de crédito eran porque el primer pago de don Eduardo fue con un cheque de la banca suiza y entonces ella reaccionó diciendo: “¿qué es esto?”. Resulta que en aquella época, Xilitla solo tenía un solo banco que se llamaba Banco del Centro y era muy pequeño. No había manera de cobrar ese cheque. Así que le mandó decir a don Eduardo con Marina, regresando el cheque, que mejor le iba a abrir una línea de crédito y que la próxima vez que viniera trajera dinero mexicano y se lo pagara. Dalila aún conserva algunas de estas notas.
Cuando visito Las Pozas de Edward James, siempre me pregunto ¿cómo podía vivir alguien aquí?. Y si bien mi percepción es de una citadina que no sabe qué hacer cuando se aparece una araña en su cuarto, me gusta imaginar esta empatía con la naturaleza que algunos tienen para estar día y noche, prácticamente, en medio de la selva.
Entonces, Edward James no estaba loco como muchos dicen. Dalila lo describe como un hombre muy cuerdo. Recuerda las pláticas que tenía con él, la llevaban a viajar a cualquier parte del mundo. “Don Eduardo viajaba mucho y traía sus ideas de todo el mundo para hacerlas en su jardín”, dice Dalila. También cuenta que siempre le decía don Eduardo que Xilitla se parecía a Bangladesh, y así empezaba a hablar de Bangladesh y sus mercados.
La boutique de Dalila se llamaba Casa Erika, que es el nombre de su primera hija. En su tienda tenía vestidos, bolsas, todos los accesorios menos el perfume, y don Eduardo siempre le decía que le faltaba el accesorio femenino del perfume, hasta que ella se decidió a venderlo también en su tienda.
Compró una pequeña vitrina con una islita que puso en medio de su tienda y ahí todos los perfumes que le compraba a su amigo Nachito de Valles. Le llevó el Chanel número 13 que andaba de moda y luego hasta el 19, junto con otros de la época.
Un día de tantos, llega don Eduardo a la tienda. Nos cuenta Dalila que en su tienda tenía dos sillitas frente a un gran ventanal de donde se veía la plaza, junto a las sillas unos maniquíes y atrás de esto la nueva vitrina. Estaba nublado y don Eduardo andaba con un abrigo de casimir color camello y su bastón. Dalila le ofrece un café. Empezó a tomar su café y se sentó… ¡que se le abre el abrigo y no tenía nada abajo! La piel blanca de las piernas y Dalila rápidamente le preguntó: “¿no le pica esa lana en la piel?”, a lo que él contestó: “no, no, no, la sensación es deliciosa”. Y siguió con las piernas desnudas y “nosotros viendo allá”, expresa Dalila con pudor.
Y así estaban Dalila y don Eduardo platicando, cuando se percata de la nueva vitrina con perfumes. Entonces vió el perfume de Coco Chanel y le pregunta directamente a Dalila: ¿conoces a Coco?. Dalila comenta que estaba impresionada de la pregunta “Imagínate, preguntarme a mí si conocía a Coco”. Su respuesta fue algo así: “mire Don Eduardo, a mí me gusta mucho la vida de Coco Chanel y he leído mucho sobre ella, pero físicamente no la conozco”.
Siguió aquella platica y Edward James le cuenta que Coco es su amiga, le dice algo como: “cuando vayas a Paris (se lo dice como si fuera a Valles), visita la Plaza Vendome donde verás las mejores perfumerías del mundo, y ahí esta Casa Chanel. Tiene una escalera de alabastro negra. Y bajo de esa escalera, la firma de sus amigos. Y ahí estoy yo”. Entonces Dalila, sin saber el futuro, le prometió ir a ver su firma. Así acabó esa plática con la compra de dos perfumes.
Edward James hablaba cinco idiomas y el español perfectamente bien, según nos cuenta Dalila. En otra sentada le preguntó: “¿Por qué Xilitla? O sea, ¿qué fue lo que usted vio en Xilitla?”. Y entonces platicó que él había tenido un sueño cuando era muy joven. Y que el sueño le decía que un día iba a encontrar un lugar donde él iba a hacer algo muy grande para él, para su satisfacción. Pero tenía que recibir la señal.
Edward James llega a Xilitla porque venía haciendo un recorrido y estaba hospedado en el Hotel Covadonga, uno de los hoteles más elegantes que había en la huasteca, era de un español, cerca de Valles. Caminando por el jardín del hotel, vió unas orquídeas y preguntó ¿de dónde son esas orquídeas? Y el señor don Antonio Gutiérrez, le dice: me lo trae un jardinero de por allá de la sierra. Y resultó que ese jardinero era del Cerro Quebrado, del municipio de Xilitla. Cuando se lo encuentra, le dice Edward James: la próxima vez quiero que me lleves a ver tus orquídeas.
Y esa próxima vez se hizo acompañar de un fotógrafo italiano. Antes se tenía que pasar un chalán para llegar a Xilitla. No había puente. Era una panga muy grande de fierro. Y entonces, Dalila platica, que pasaron el carro y él está ahí en la panga, viendo el río, los pecesitos… y vinieron unas mariposas azules y se le posaron en la cara. Y el pensó que posiblemente fuera la señal, pero no dijo nada.
Llegan a Xilitla y entran por la carretera vieja, por la antigua carretera donde se hacía un túnel de lo espeso de la vegetación. Agrega Dalila para hablarnos de un libro de María Izquierdo que se llama La selva, donde ella describe la entrada a Xilitla como un lugar selvático donde no podía verse ni el rayo de luz de cómo hacía túnel la espesura de los árboles.
Entra por ese gran túnel, me imagino lleno de calor húmedo, y se empieza a escuchar el ruido de la caída del agua de las pozas. Tenían que pasar al frente de las pozas. Era el único camino para llegar a Xilitla.
De tanto calor, se mete al agua en donde se empieza a refrescar. Y vinieron aquellas mariposas y se le volvieron a posar. Y este italiano fotógrafo le saca una fotografía que se hizo famosa, donde se le ven los dos ojos azules a don Eduardo y todo lo demás son mariposas azules. Ya era la segunda vez y entonces ya dice en voz alta: “¡esta es la señal!”.
Edward James venía también acompañado de Plutarco Gastelum, que lo traía de guía aunque él era un empleado de telégrafos en Cuernavaca que fue donde lo conoció. Después de estar convencido de su señal, le dice a Plutarco que se quede para hacer todos los arreglos necesarios para comprar el lugar.
Dalila nos cuenta que a veces don Eduardo tardaba tres o cuatro años en ir a Xilitla y a veces se quedaba un año completo, a veces dos meses. Pero siempre llegaba a trabajar en el diseño de su jardín.
Lo describe Dalila como un hombre muy ingenioso y con muchas ideas nuevas que traía de todos los viajes que hacía. Entonces dejaba de hacer una cosa para emprender otra y es por eso que el jardín está lleno de construcciones sin terminar.
Edward James tenía mucho dinero que había heredado de su papá y de su tío, así que podía entretenerse en cualquier cosa que quisiera. Tuvo una cuadrilla, ¡un pelotón! de 80 hombres trabajando durante 40 años, pagados cada semana. En aquella época hubo una crisis de café y entonces era una fuente de empleo importante, y a la fecha lo sigue siendo.
Dalila trató durante diez años a Edward James y le tocó estar con él en casa de Marina y Plutarco, compartiendo la mesa. Dalila dice que reían a carcajadas porque era sarcástico a morir como buen inglés, muy sarcástico. A veces salía con una bata de lino transparente y no traía nada abajo. Y él se sentaba ahí. Y si se prendía la fogata de la de la chimenea y se paraba, pues se le transparentaba todo. Pero él como si nada. Lo describe Dalila como un hombre que fue natural, él era así, no es que estuviera loco, el simplemente hacía lo que él quería, él vivió su vida como quiso.
En las pozas encontró un lugar en donde podía hacer muchas cosas que, en otros lugares, sobre todo de donde venía, era complicado. Imagínate el gran jardín de su casa en West Dean en Gales, con más de 400 hectáreas y hasta un pueblo adentro… pero, así como que andar desnudo en Gales, pues no.
En Xilitla con el calor y con toda la selva, suponemos que se inspiraba. Encontró neblina como en su pueblo pero no con los fríos de los inviernos de allá. Entonces no estaba loco, era solo un ser muy auténtico, con mucho dinero y creatividad que podía llevar sus ideas a lo tangible en su jardín.
Dalila lo describe como un hombre que siempre iba muchos pasos adelante de ti en las cosas que preguntabas o que tú querías saber. Y seguramente tenía en su pensamiento todos los lugares que él visitaba en el mundo y los comparaba para compartirlos en su plática: qué cultura le gustaba, qué vestido le gustaba, qué comida le gustaba, dónde se había sentido mejor. Agreguemos que también había estudiado en las mejores universidades inglesas. Era un hombre muy preparado y de amplio pensamiento.
Volvamos a la historia de Coco para concluir. Don Eduardo le mandaba mensajitos a Dalila cuando le compraba cosas, y le preguntaba: “¿ya conociste a Coco?”. El insistía en que Dalila fuera a conocerla.
Y luego iba hasta la tienda porque le gustaba escoger el color de los papeles para que se envolvieran los regalos que hacía y le insistía a Dalila: “tiene que ir a conocer a Coco”, a lo que ella acabo prometiendo que iría.
El tiempo pasó, murió Edward y Coco, pero Dalila cumplió su promesa.
Resulta que cuando se casa una de sus hijas, le pide hacer un viaje en lugar de la fiesta. Dalila pensó que a lo mejor San Cristóbal de las Casas, pero nooo… Francia, Bélgica, Austria y Suiza, el viaje fue a cuatro lugares del otro lado del mundo.
Y estando en París, Dalila pidió se hospedaran cerca de Plaza Vendome. Ella recuerda que “era un hotelito chiquito, bonito… que tenía unos edredones de pluma de ganso, ¡deliciosos!”. Dalila le dice a su hija que habla bien francés, que la acompañe a la casa Coco Chanel. Su hija no quiere acompañarla y Dalila le explica que cómo iba a ir sola si no habla francés y ni modo de hacerse entender a señas. Su hija, de pensar la pena que iba a pasar, la acompañó a regañadientes.
Dalila emocionada descubre esa plaza hermosísima donde, como le había dicho don Eduardo, estaba la placa dorada, los dos hombres guapísimos de guardias con unos gorros altos, rojos y todos vestidos de negro. “Sale una chica alta, con un corte de pelo así como de… bacinica”. Vestida de negro, manga larga, un vestido largo, una zapatilla muy bonita y un cinturón Chanel, que era el único adorno que llevaba aquella mujer guapísima, según cuenta Dalila.
Su hija le explica todo, suben al mesanine y les enseña todas las vitrinas con los perfumes y por fin, la escalera. Tal y como lo había dicho don Eduardo. Entraron abajo de la escalera, había muchas firmas y la suya: Edward James.
Con toda emoción Dalila le dice a su hija: “la única lástima que tengo, es que no pude decirle a don Eduardo: ya vi su firma.”